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    Luz de un nuevo cielo

    El salsódromo, que abre oficialmente la Feria de Cali, convocará este año a más de 1.300 artistas de 25 compañías de salsa. ¿Quiénes son los bailarines? Esta es la historia de una de las escuelas más representativas de la ciudad.  

    Cuando abrieron la convocatoria para enseñar salsa en el Centro de Formación Juvenil del Valle, Luz Aydé Moncayo, directora de la Fundación Son de Luz, fue la única maestra que se presentó. Como sabía lo que le esperaba, Jhon Arley Murillo –director del ICBF– pensó que Moncayo no iba a ser capaz: al centro llegaban todos los días jóvenes delincuentes de los barrios más pobres de Cali. Pero Luz Aydé acabó convenciéndolo, y para demostrarle que podía afrontar el reto volvió a la universidad a hacer un diplomado en pedagogía lúdica.

    Fue más difícil de lo que esperaba. Al principio creyó que los muchachos estarían familiarizados con la salsa, pero pronto entendió que casi ninguno había tenido oportunidad de bailarla. Vivían otra realidad. Con paciencia, Luz Aydé fue enseñándoles los pasos, y al final del ciclo organizó una presentación en la que involucró a los jóvenes de su fundación que participan en concursos y eventos internacionales. Le costó trabajo, pero logró conseguirles a todos vestidos, zapatos, pantalones; los vistió como artistas y luego bailaron juntos: más de cuarenta muchachos en escena confundidos al ritmo de la salsa.

    “Hay que darles la oportunidad a todos –dice Luz Aydé detrás de su escritorio en la oficina de Son de Luz, en Cali–. No importa que hayan sido lo peor del mundo: yo siempre digo que ayudar a uno solo es hacerle un bien a toda una generación”.

    Hoy estos jóvenes la ven en la calle y la abrazan, le preguntan cómo está. Y para ella no hay mejor regalo.

    ***

    Son de Luz comenzó legalmente en el 2000, pero para conocer su historia hay que remontarse varios años. Volver a mediados de los ochenta, cuando Luz Aydé viajó a Estados Unidos junto a su maestro Evelio Carabalí –una leyenda de la salsa caleña– para celebrar las fiestas del 20 de julio bailando salsa en ciudades como Chicago, Los Ángeles, Nueva York. Tenía apenas 15 años y ya sentía que esta música le corría por las venas. En los noventa, Luz Aydé y varios amigos aprovecharon el furor de la novela Azúcar para formar un grupo de baile, y se pusieron la meta de participar en un campeonato en Puerto Rico. Tampoco resultó fácil: para pagar el viaje tuvieron que vender empanadas, champús y hasta organizar una viejoteca.

    “Cuando ya teníamos la plata del viaje surgió otro problema –recuerda Luz Aydé mientras mueve las manos–: ¿cómo íbamos a vestirnos? ¡Pues de amarillo, azul y rojo! No nos quedaba ni para los tenis, así que los pintamos todos de rojo con soplete y les echamos escarcha para que brillaran. Nada de eso nos importaba: el simple hecho de estar ahí y de que nos conocieran, ya era una ganancia”.

    Y llegó el día. Luz Ayde y el grupo Azúcar prepararon una coreografía con el estilo de salsa que por entonces se bailaba en Cali: moviendo rápido los pies, como aprendieron a hacerlo cuando a alguien le dio por cambiar el boogaloo de 33 a 45 revoluciones en alguno de los grilles de la época. “Nosotros estábamos acostumbrados a que salíamos al escenario y la gente hacía bulla, pero allá estaban como anonadados, no había aplausos, ni gritos, nada. Yo estaba preocupada y solo me di cuenta de lo que pasaba cuando acabamos: entonces empezaron a aplaudir de adelante hacia atrás y se pararon. Fue como si se hubieran despertado”, cuenta.

    Cuando se bajaron, todos quería tomarse una foto con ellos.

    ***

    “Yo bailo por amor: desayuno, almuerzo y ceno con salsa”, dice Luz Aydé. Tan cierta es la frase que en un momento de su vida decidió dejarlo todo y dedicarse a bailar. Nada más. Se había graduado como ingeniera de sistemas y trabajaba como jefe administrativa en una compañía, hasta que se dio cuenta de que no estaba dispuesta a cambiar su vida por dinero. “Yo quería hacer lo que me gustaba, ganar plata con eso”, dice ahora, trece años más tarde, sentada en su oficina, al norte de Cali.

    Son de Luz es una casa de ladrillo de dos pisos, con enormes ventanas y el aviso de la Fundación colgado en el centro. En la primera planta hay una pista grande con un espejo al frente, y varias habitaciones más para ensayar. Las paredes están atiborradas de fotos y en una de ellas tienen varias estanterías con los trofeos que han ganado a lo largo de estos años. Trofeos que incluyen, por ejemplo, el campeonato del Salsa Open de Puerto Rico en 2004 y que los volvió populares en el país entero.

    Pero eso fue después. Cuando empezó –luego de renunciar a su trabajo– Luz Aydé se centró en dos cosas: por un lado la escuela de baile (conformada por los muchachos que participan en el salsódromo de la feria y en competiciones internacionales), y por el otro la parte académica. “Mi visión ha sido siempre respetar y fortalecer la cultura del baile caleño”, asegura. En la actualidad Son de luz es una de las academias más prestigiosas de la ciudad, y la labor social de Luz Aydé es ampliamente reconocida. “Lo que nosotros buscamos es que los muchachos aprovechen su tiempo de ocio –dice–. Aquí hay muchos ‘pelaos’ de clases populares y casi todos estudian; a los que no yo misma los inscribo en el Sena o les busco clases virtuales porque para mí el estudio y el baile van de la mano”.

    Al final, Luz Aydé –enérgica, de voz fuerte– se despide y va al salón donde la espera Thomas, un alemán rubio y espigado que quiere aprender a bailar. Ella pone la música y empieza a enseñarle, con paciencia. Es su trabajo: contagiarle a la gente su pasión por la salsa.

     

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