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    La leyenda de El Dorado: tras las huellas del ritual muisca

    Laguna del Cacique Guatavita desde uno de los miradores de la reserva. Fotografía de Carlos Candi
    La leyenda de El Dorado ha cautivado la imaginación de aventureros y exploradores de todas las nacionalidades durante siglos. Hoy es posible visitar el lugar que dio origen a esta historia, mientras se disfruta del bello escenario natural habitado por los muiscas.

    La mítica leyenda de El Dorado hace parte de la cultura popular gracias a las diferentes representaciones que se han dado de esta. La podemos encontrar en películas, videojuegos, álbumes musicales y hasta animes, convirtiéndose en parte de la historia, no sólo de Colombia, sino de todo el continente. Esta leyenda representa una tradición de saberes y prácticas ancestrales que se llevaban a cabo entre la cultura muisca de la cordillera oriental de Colombia, en el altiplano cundiboyacense.

    De todo el territorio muisca, lo que hoy se conoce como el municipio de Sesquilé era de gran importancia para la cultura ancestral, ya que ahí se encontraba uno de sus templos más representativos: la Laguna del Cacique Guatavita. Hoy, este lugar, junto con la Cuchilla de Peña Blanca, hacen parte de una reserva forestal resguardada por la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), que se puede visitar para maravillarse con su riqueza natural y aprender de su importancia histórica.

    El Dorado: lo que nos cuenta la leyenda

    Balsa muisca en el Museo del Oro, Bogotá, Colombia. Fotografía de Pedro Szekely

    Balsa muisca en el Museo del Oro, Bogotá, Colombia. Fotografía de Pedro Szekely

    En la inmensa cosmogonía de los muiscas —civilización que floreció entre los siglos V y XVII d.C.—, Sua era el dios del sol y estaba casado con Chía, diosa de la luna. El primero dirigía cuatro mundos hacia arriba, representando lo masculino (fuego y aire); mientras que su esposa dirigía cuatro mundos hacia abajo, representando lo femenino (agua y tierra).  Como creadores de todas las cosas, Sua y Chía eran ampliamente adorados: algunos de sus templos se encontraban en Sogamoso, Bacatá y Guatavita. En este último es que se desarrolla la famosa leyenda de El Dorado, en donde el futuro cacique o “Guatavita”, debía pasar por una larga preparación —que incluía nueve años de no salir en el día, no comer sal, picante, ni carne— antes de poder asumir su rol dentro de la comunidad.

    El liderazgo dentro de la cultura muisca se heredaba de forma matrilineal, es decir, a través del hijo de la hermana del cacique. Para la “coronación” de un nuevo líder muisca, el prospecto era preparado con una mezcla de trementina, miel y barro pegajoso para ser cubierto posteriormente con oro en polvo, dándole una apariencia de hombre dorado. El futuro cacique también era adornado con collares, brazaletes, pectorales y demás accesorios de oro, así como su balsa llena de vasijas de barro cargadas con el preciado metal, semillas y esmeraldas. El ritual, que incluía cantos y ofrendas lanzadas a la laguna, constaba de llevar al próximo líder al centro del sagrado cuerpo de agua y sumergirlo como ofrenda a los dioses, para que luego saliera nuevamente a la superficie convertido en cacique.

    Panorámica de la Laguna del Cacique Guatavita. Fotografía de Carlos Candi.

    Panorámica de la Laguna del Cacique Guatavita, Colombia. Fotografía de Carlos Candil.

    Cuando los exploradores españoles se enteraron de los ritos y ceremonias en la que un rey era cubierto en oro y adornado con los más finos materiales, la leyenda comenzó a ganar fuerza. La interpretación literal de esta, sumada a la “fiebre del oro”, motivó a la realización de numerosas expediciones en búsqueda de El Dorado, fomentando también la exploración y conquista hacia el sur del continente. Durante años la laguna fue drenada y saqueada, lo que hasta hoy ha dejado cicatrices en la montaña. En ella se han encontrado muchos de los tesoros muiscas que hoy se exhiben en el Museo del Oro de Bogotá, el cual tiene la colección de orfebrería prehispánica más grande del mundo.

    Un pueblo en armonía con la naturaleza

    Descendiente muisca en la Laguna del Cacique Guatavita, Colombia. Fotografía de Carlos Candi

    Descendiente muisca en la Laguna del Cacique Guatavita, Colombia. Fotografía de Carlos Candil.

    Los muiscas vivían en unión con su alrededor, reconociendo su interdependencia con la naturaleza a través de un complejo sistema de creencias y rituales que los conectaban espiritualmente con su entorno. Además, tenían conocimientos en agricultura, medicina herbal y astronomía impresionantes para la época. También cultivaban productos como maíz, papa y quinua, y su habilidad para trabajar el oro les permitió crear hermosas piezas de orfebrería.

    Si bien Sua y Chía regían los ocho mundos mencionados anteriormente, el noveno y último era el de los humanos, quienes tenían la tarea de mantener el equilibrio del planeta. Sin embargo, la profanación y posterior abandono de la laguna perjudicaron este lugar sagrado, al igual que al bosque nativo y la fauna y flora a su alrededor. Es gracias a la intervención de la CAR que hoy el ecosistema de páramo de la reserva forestal se ha recuperado y es posible el avistamiento de diferentes especies de aves y roedores, así como la preservación de una especie emblemática de los Andes colombianos: el frailejón.

    De esta manera se ha buscado recobrar esa conexión profunda con la naturaleza, propia de las costumbres de las comunidades indígenas, su reverencia por la tierra y su entendimiento de la importancia de mantener un equilibrio con el entorno. Preservar y proteger este tesoro natural e histórico es una responsabilidad compartida para que futuras generaciones puedan seguir visitando la Laguna del Cacique Guatavita y maravillándose con la leyenda de El Dorado, que evidencia la rica cultura indígena colombiana.

    Explora el origen de la leyenda con tus propios ojos

    Guías y relatores de la CAR, algunos pertenecientes a la comunidad Muisca de Sesquilé, dando los recorridos por la laguna. Fotografía de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR)

    Guías y relatores de la CAR, algunos pertenecientes a la comunidad Muisca de Sesquilé, dando los recorridos por la laguna. Fotografía de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR)

    La Laguna del Cacique Guatavita se ubica a 59 kilómetros de Bogotá, en el municipio de Sesquilé, dentro de una reserva forestal de 101 hectáreas y múltiples estaciones en las que podrás aprender sobre la cultura muisca, al igual que apreciar el bosque andino, el páramo y el verde azulado de las aguas de la laguna. Si la visitas desde la capital del país puedes ir en vehículo particular o salir de la Terminal Satélite del Norte o la Terminal de Transportes de Salitre, con dirección a Sesquilé o Guatavita.

    Una vez en la reserva, y tras pagar el costo de ingreso, serás acompañado por un guía de la CAR quien te irá relatando la historia del lugar, ofreciendo datos sobre la cultura muisca, la fauna y flora del área protegida y, por supuesto, sobre la leyenda de El Dorado. Además de poder visitar este mágico lugar y escuchar todo acerca de la laguna, se invita a los visitantes a apropiarse de la riqueza natural de la reserva forestal, al igual que a conocer el Embalse de Tominé y el resto de atractivos de los municipios aledaños de Sesquilé y Guatavita, en donde aún perdura la cultura muisca.

    La leyenda de El Dorado ha dejado una marca indeleble en la cultura y la historia de Colombia, convirtiéndose en una parte central del patrimonio de la región. A pesar de que existen versiones que mencionan una ciudad dorada aun oculta en alguna montaña de la cordillera, lo cierto es que la leyenda que hoy se relata, y que ha pasado de generación en generación, es un recordatorio de la riqueza espiritual y cultural de los muiscas y de otras civilizaciones precolombinas de las que aun tenemos mucho por aprender. ¡Déjate llevar por el encanto de la leyenda!

     

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