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    Diez escritores que han pisado Colombia (parte 2)

    Catedral Basílica Nuestra Señora del Rosario de Manizales, junto al monumento “Bolivar Cóndor”, del escultor Rodrigo Arenas Betancourt. Este fue uno de los lugares que Ernesto Sabato recorrió en su primera visita al país.
    Conoce aquí las fascinantes historias de 10 escritores importantes del mundo que vivieron o visitaron Colombia y se inspiraron para escribir gracias a nuestro país.

    Si en la primera parte quedó claro que nuestro país no pasa desapercibido para todos los que tienen la fortuna de visitarlo, en esta segunda entrega mostraremos por qué Colombia es el país de los mil y un relatos. Ya sea gracias a su encanto y magia singular, que atrae las más inverosímiles historias —o que lo diga Clarice Lispector, cuya anécdota de viaje parece sacada de la más enrevesada película de Jodorowsky o Buñuel—, hasta la más profunda vocación respecto al país y su devenir político y social, nuestro país ha dejado huella en todos los maestros de la literatura que lo han visitado. Preparen el esfero: ¡acá lo que hay son historias bacanas por conocer!

    Henri Charrière: el escritor del vuelo de la mariposa

    Hubo un día en que Henri Charrière surcó los mares de este mundo para narrar una de las historias más fascinantes de las que hemos sabido: la de “Papillon”—palabra francesa para mariposa—, un hombre acusado por un crimen que no cometió, pero que signó su destino. El francés, ex miembro de la Armada de su país, fue acusado de haber asesinado a un proxeneta en su tierra natal. Tras la noticia, vino la sentencia judicial: su vida yacía pendida al grillete en una prisión de la Guayana Francesa. La cadena perpetua, además de los miles de trabajos forzados que debería realizar, fueron pretextos suficientes para huirle al mal dado del destino.

    Y es que, para Charrière, una vida no era suficiente. Era necesario volar. Batir las alas tanto como el viento lo permitiese.

    Tras su estancia en la cárcel de Saint-Laurent-du-Maroni, en la Guayana Francesa, el escritor tuvo su primer chance de escape. No lo dudó, y, tras una corta estancia en Trinidad y Tobago, un barco lo trajo a Colombia. En cierto modo, nuestro país encerraba la metáfora de la libertad; un lugar para la redención y la búsqueda de justicia. Riohacha y La Guajira fueron su primera casa. Allí, el escritor tuvo tiempo de regocijo y la paz por al menos 6 meses; hasta que sus cartas, de nuevo de cara al destino, fueron mal barajadas. En Santa Marta fue que la suerte se trucó, y, a pesar de sus intentos, la Guayana aparecería de nuevo como un lugar ineludible.

    La historia de Charrière quedó consignada en las novelas Papillon y Banco, su continuación. Como si de un Edmundo Dantés contemporáneo se tratase, la historia del exmarino francés pasó a la historia: de ella supo el mundo del cine; sobre todo gracias a sus adaptaciones de 1973 y 2017. Esta última contó con la participación de dos de los más grandes nombres del cine actual: Rami Malek y Charlie Hunnam.

    Clarice Lispector, entre las letras y lo oculto

    La biblioteca de Clarice Lispector | EL PAÍS

    Clarice Lispector dejó tras de sí una estela literaria inalcanzable. Sus relatos mueven las vísceras de todo aquel que pose sus ojos sobre ellos. Como si de un recuerdo anodino se tratase, sembrado al sol de su Brasil natal, como es el caso de Restos del Carnaval, uno de sus más bellos relatos, o como si de una verdad inconfesable consistiese el vivir, la escritora brasilera construyó una de las obras más fascinantes para la posteridad.

    Por ello, no extraña que, en medio de su éxito, la escritora conociese nuestro país. Tras una serie de jornadas literarias en Cali en las que la escritora compartiría cartel con Antonio di Benedetto y Mario Vargas Llosa, la escritora sería invitada a Bogotá por un poeta y político nacional, Simón González. Quien en otra época fuese parte del “parche” Nadaísta, había quedado fascinado con el aura y el misticismo que emanaba de Lispector y su obra. Y es que, ¿quién podría resistirse a una declaración como “dejo registrado que, si vuelve la Edad Media, yo estoy del lado de las brujas”?

    La célebre frase de Lispector no dejaría a sus espectadores impávidos; por el contrario, González y otros más la recordarían hasta sus últimas circunstancias. No por nada, un día arribaría una carta al despacho de la escritora: en ella, se le invitaba como asistente —aunque no se descartaba que, si así lo deseaba, la escritora pudiese participar con una lectura o una ponencia— al “Primer Congreso Mundial de Brujería de Bogotá”.

    No cabía duda. Valía la pena ver qué se traían por esos lares. Al menos para saciar la curiosidad.

    Lispector vino; y tras de sí quedó el recital de uno de sus más extraños cuentos: El huevo y la gallina. Ya no compartía panel junto a Vargas Llosa; más bien, era Uri Geller, el famoso ilusionista, quien la acompañaría en primera plana. La historia, fascinante y risible a partes iguales —no por la escritora, sino por las ocurrencias de González y el impacto del evento en la sociedad de la época— fue bien retratada por el genio periodístico de Juan Forn, otra de las plumas más finas de nuestro continente.

    Ernesto Sabato: dos viajes y una hermandad eterna

    Sabato vino dos veces a Colombia: en un primer momento —y tras una corta estadía en Bogotá de la que ya hablaremos más adelante—, Manizales fue la ciudad que hospedó al maestro de El túnel. Hablamos de 1969, del Festival de Teatro Universitario de Manizales (evento que, justo un año antes, había contado con Miguel Ángel Asturias como invitado), de una Colombia que ya veía a Sabato como uno de los más grandes escritores del siglo XX.

    Pero rebobinemos. Echemos la cinta un poco hacía atrás: todo comenzó en Bogotá.

    Sabato haría una parada de un día en la capital como escala a Manizales. Tras ser recibido por los escritores Eligio García y Roberto Burgos Cantor, Sabato pediría tan sólo una cosa: visitar la Quinta de Bolívar. El escritor era un gran admirador de la figura del libertador, alguien a quien, curiosamente, había cuestionado en Sobre héroes y tumbas (aunque, bueno, aquí se trataba de un retrato de la relación entre nuestro prócer y San Martín).

    Y bueno, luego sería Manizales: la ciudad de las iluminaciones profanas, del reencuentro entre el escritor y sus fantasmas. Tras un viaje accidentado —cuenta el mito que la turbulencia al arribar a tierras caldenses no fue normal—, el escritor se encontró con una ciudad devota de sus libros. Tras varios recibimientos y ágapes, algo falló. Según recuerda Sabato, hubo una comitiva de agradecimiento en la que se ofreció comida de mar directamente traída de nuestras costas. ¿Se imaginan cuanto duraría ese vuelo? Ni hablar.

    La cosa fue grave: Sabato se intoxicó; al tiempo que sufrió de fiebre y alucinaciones. Pero esto no sería algo necesariamente malo; más bien, marcaría la experiencia del físico que un día renegó de su ciencia para dedicarse a las letras. Tiempo después, el escritor recordaría que varias de las imágenes e instantáneas propias de la duermevela y la enfermedad serían retratadas en Abbadón el exterminador, esa suerte de novela-ensayo en la que todo el universo “sabatiano” —si nos permiten la expresión— se enfrenta al eterno problema del ser humano y sus posibilidades, del siglo XX y sus abismos.

    Pero lo increíble está por llegar.

    Ya recuperado, el argentino se vería a sí mismo en medio de una situación propia de una novela suya: ante él, en una calle del centro manizalita, una muchacha hermosa caminaría a su lado. El escritor, entre risas y asombro, creyó ver en esta mujer una representación de Alejandra, una de las protagonistas de Sobre héroes y tumbas. Después de 8 años de publicado, la ficción traspasaría el papel para materializarse ante su creador en nuestras montañas.

    Ya en 1984, Sabato volvería a nuestras tierras. Estaría en Bogotá, donde impartiría un par de charlas y dejaría una reveladora ponencia ante los estudiantes de la Universidad Nacional. Con un respeto tremendo por nuestra juventud, el argentino develó de forma inspiradora sus motivaciones y preocupaciones literarias. Gracias a Juan Camilo Rincón, también tenemos certeza de algo: Sabato sí recibió la Cruz de Boyacá. Lo que por muchos años fue una suerte de leyenda literaria en nuestro país, ahora sabemos que fue una realidad.

    Jorge Luis Borges y Colombia: un pretexto literario

    Borges en Bogotá. Foto cortesía de El Espectador.

    Lo dijo Borges en Ulrica: “¿qué es ser colombiano? No lo sé. Es un acto de fe”. O bueno, lo dijo uno de sus mil espejos, de esas voces que él, como buen artífice, trajo a este mundo para charlar con otras más en el paraíso de las letras. Ulrica, la protagonista del relato, diría que eso mismo es ser noruego. Se lo diría a Javier Otálora, un profesor de la Universidad de los Andes, tal vez payanés (por lo que narra el relato, nuestro paisano pasó parte de su infancia en “La Ciudad Blanca”).

    Más allá de este relato, uno de los más apreciados y queridos de su obra, Colombia aparecería en sus recuerdos y semblanzas. Y es que tres serían las visitas del escritor a nuestro país: una en 1963, otra en el 65 y la última en el 78. Borges sería un admirador de la obra de los versos de José Asunción Silva, de la prosa enérgica y segura de Vargas Vila — al bogotano, el escritor del infinito lo inmortalizaría con una cita en su Historia de la Eternidad—; además de un compañero de letras de Jorge Gaitán Durán, con quien mantendría durante varios años una nutrida correspondencia. También tendría tiempo para elogiar La María, esa novela que, a veces de forma ingrata, ha sido denostada sin mayor fundamento.

    Sobre la idiosincrasia colombiana, Borges no escatimaría elogios, según rememora Juan Camilo Rincón en su libro Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia, tras recibir las llaves de Medellín, el escritor reafirmaría su aprecio por nuestro país: “[…] estoy añorando esta tarde en que estoy con ustedes, en que me siento en tierra de Colombia; en donde me siento rodeado por la cóncava hospitalidad y generosidad de todos ustedes. Muchas gracias, digo esto a cada uno de ustedes, no a todos, a cada uno de ustedes, singularmente. No puedo hablar… Estoy muy conmovido…”

    John Maxwell Coetzee: un enamorado de Colombia

    J.M. Coetzee en Colombia. Foto cortesía de El Heraldo.

    No falta el que lo ha visto caminar por el centro de Bogotá; tampoco el que ha tenido la fortuna de escucharlo en alguna de sus varias conferencias y exposiciones en nuestro país. También hay quienes gozan de una firma del autor sudafricano, premio Nobel de literatura del año 2003, tras conocerlo en algún evento. Coetzee, más allá de ser uno de los autores más prolíficos de nuestro tiempo, es un entusiasta de nuestro país.

    Aparte de su estrecho vínculo con la Universidad Central —el escritor ha estado en más de una ocasión en sus recintos e, incluso, una vez presentó un relato inédito en esta alma mater—, reconocemos la inmensa generosidad que el escritor ha tenido con nuestro país. En el marco de los “Tres días con Coetzee”, un simposio que congregó a diversos referentes literarios de nuestro país alrededor de la obra del sudafricano, Coetzee develó al mundo uno de los relatos que marcarían su trayectoria: La anciana y los gatos, protagonizado por Elizabeth Costello, uno de sus personajes literarios más relevantes. Su impacto ha sido tal que ya contamos con una película dirigida por un colombiano basada en su obra.

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