Nuestras experiencias son infinitas: se renuevan tejidas por las luces de colores de la noche navideña. Azules, rojas, amarillas, blancas; a veces verdes, otras naranjas, las estrellitas titilan como los sueños que trazamos: recorremos el pasado y extraemos de él sus mejores instantáneas. Cada quien, tras recobrar el aliento en una pausa de lectura de la novena, alza la mirada y sonríe: gracias al recuerdo—por su infinita magia— “dibuja” junto a una tía, un primito o papá al abuelito, a la “nona”, a la tía más querida que hoy, tal vez en otra parte, sonríe junto a nosotros gracias a la Navidad.
Imaginamos historias. Reconstruimos paisajes. Elaboramos pesebres y escribimos miles de vidas sobre una hoja: eso es Navidad. Eso reflejan nuestros cuentos sobre esta fecha.
Los hay de todo tipo, como adornos y figuras adornan nuestros pesebres. Nos imaginamos el mundo como si fuese uno de los copos o “bolitas” que reposan sobre las ramas del arbolito de Navidad. No hay sólo uno; más bien, hay tantos como seamos capaces de imaginar. Por eso, acá en Colombia la Navidad es un territorio infinito para tejer los más diversos relatos.
¿Navidad y sci-fi? Pues sí: René Rebetéz, nuestro pionero de la ciencia ficción latinoamericana, imaginó una Nochebuena dirigida por androides que, atados a la orden eterna de los que una vez fueron sus maestros humanos, organizan el comercio navideño entre las ruinas de una ciudad olvidada. Este es el inicio de uno de los relatos más increíbles de este genio, quien, junto a Jodorowsky, Oesterheld y otros portentos de la imaginación, construyeron los cimientos del género en nuestro continente.
En
“Mateo, dos, dos, guion, cuatro: un cuento de Navidad”,
Rebetéz se pregunta cómo sería la Navidad, nuestra fiesta de la alegría, si no hubiese nadie para disfrutarla. Este relato seguro maravillará a quienes se pregunten por cómo sería indagar en nuestras fantasías más tradicionales de la forma más fantasiosa e imaginativa posible.
Si Rebetéz se pregunta por la Navidad y su esencia desde la ciencia ficción,
Fernando González, el “filósofo de Otraparte”, en compañía del padre benedictino Andrés Ripol, escribieron uno de los libros más curiosos e interesantes de nuestras letras navideñas: “El Pesebre”, una novena navideña que redescubre nuestra herencia indígena e influencia hispana. Porque Navidad no hay otra como la que vivimos en Colombia, González y Ripol imaginan un pesebre entre los vestigios de San Agustín; como si de Belén a nuestras montañas no hubiese mayor distancia.
Otro de los escritores que se animó a recrear su propia novena “a la colombiana” fue
Jairo Aníbal Niño, el escritor de los niños que jugaban a ser grandes. En su libro “Los nueve días y un día: nueva novena de navidad”, nuestra alegría tradicional tiñe cada una de las páginas.