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    Ustedes

    Casi todos mis días en Bogotá repetían la misma rutina, y no solo la del despertador y el trabajo. Casi […]

    Casi todos mis días en Bogotá repetían la misma rutina, y no solo la del despertador y el trabajo. Casi todos mis días en Bogotá agarraba uno de esos pequeños taxis amarillos –Chevrolets achatados por estadística–, montaba en él, y al instante, como una vieja cinta de casete, sonaban las mismas voces:

    –Buenos días, señorita. ¿Cómo me le va?
    –Bien, bien, señor. ¿Y usté?
    –Maravilloso, señorita. Aquí en la lucha. ¿A dónde vamos?

    Yo le indicaba y se hacía el silencio.

    Aunque al poco tiempo de llegar a Colombia comprendí que tenía que tirar por la ventana el tuteo español, mi acento, mi “ce” sonora, siempre siempre me delataban:

    –¿Y usté de dónde es? Española, ¿no?
    –Sí, señor.
    –¿De vacaciones pues?
    –No, no. Vivo acá, estoy con una pasantía. Estaré un año.
    –¿Y amañada? ¿Le gusta Colombia?
    –Me encanta este país, si me apura más que el mío.
    –Pero, ¿cómo así? –respondía incrédulo.

    Todos y cada uno de esos conductores se sorprendían y alegraban de mis palabras casi por igual.

    –¿Y fue a pasear? ¿Qué conoce? –preguntaban casi siempre, esperando la típica respuesta con un “Cartagena” de por medio; no esperaban que hubiera puesto los pies en Popayán o Quibdó, que más allá de Villa de Leyva soñase con ir a Bahía Solano y que Leticia se me quedaba en el tintero mientras se me agotaba ese 2010, aunque no podía quejarme porque había viajado por el Magdalena, la Sierra Nevada y Valledupar. Porque un día paseé por Los Llanos o por el Cauca. ¡Ay, Cali!

    Aquel hombre, siempre cálido y sonriente, ya más cómodo con la conversación y acostumbrándose al orgullo que le entraba en el pecho, me decía:

    –No, pero mejor dicho. Conoce usted más mi país que yo.

    Y le devolvía una sonrisa.

    Los consejos, las historias de vida, el “debe ir usté a Zipaquirá”, se amontonaban hasta que nos acercábamos al destino. Y entonces, solo entonces, me devolvían la pelota de la conversación:

    –¿Y qué es entonces lo que más le gusta, señorita?

    Y yo sin excepción, respondía: “ustedes, señor. Lo mejor de este país son ustedes, los colombianos”.

    Y es que a mis 26 años y tres países vividos que no son el mío, solo ha sido Colombia a la que sentí, y aún siento, pertenecer. Un país que está vivo.

    * Por Raquel Godos, Periodista española de la agencia EFE en Washington. Vivió en Colombia en 2010.

     

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